Destellos escurriendo por entre sus manos, y desde sus
manos, por entre mis mejillas. Destellos que se dispersan por toda la sala; flotan
en el espacio mínimo que separa sus manos de mi boca, y luego ese espacio mínimo
se vuelve inmenso.
Mi lengua que lame sus dedos largos y elegantes, presurosa,
como si de ese elixir que sorbe dependiera mi vida.
Su voz gruesa y firme que dice “Suficiente”. Y entonces se
sienta y hace sonar notas envolventes, densas, penetrantes. Los destellos y el
espacio circundante, que siento latir acompasados. Mis ojos que miran sus manos
en las teclas, y luego contemplan su cara, como una santa que contempla la
divinidad en lo más alto del cielo.
Sus dedos que se detienen abruptamente, y los destellos que se
desvanecen.
Repetimos de nuevo el ritual: sus dedos y los destellos, los
destellos entre sus dedos y mi boca, mi lengua en sus dedos, sus dedos en las
teclas, los destellos que se desvanecen, sus dedos y los destellos, los
destellos entre sus dedos y mi boca, mi lengua en sus dedos, sus dedos en las
teclas, los destellos que se desvanecen, y así una y otra vez una eternidad,
hasta que sus notas me envuelven por completo, y la divina providencia me revela
la verdad de los cielos, y los destellos recorren su cuerpo y el mío, y nos
impregnamos… y nos convertimos en infinita creación.
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